Dos de los más grandes reyes conquistadores de la historia del Antiguo Egipto tienen, al parecer, determinados puntos en común.
Se trata de Ja-Kau-Ra, Sen-Useret (Sesostris III) que en sus campañas contra Nubios y Asiáticos llevó las fronteras de Las Dos Tierras hasta donde ninguno de sus antecesores había llegado antes y Men-Jeper-Ra, Dyehuty-Mes (Thutmosis III) que con sus 17 campañas bélicas devolvió esplendor, riquezas y poder al país del Nilo.
Ambos han estado oscurecidos por otros monarcas que se arrogaron victorias propagandísticas o les rodean leyendas poco fiables de enfrentamientos y persecución contra sus antecesores, como es el caso del segundo, que la literatura y los guías turísticos se han encargado de fomentar.
Ambos, también, tuvieron una estela histórica parecida, ya que les sucedieron soberanos que administraron las riquezas y tierras conquistadas, como es el caso de Amen-em-Hat III y, aunque no inmediato, Amen-Hotep III, pero que al final de sus reinados sumieron a Egipto en una profunda crisis.
Tras el primero de estos últimos, no tardó en llegar el desmembramiento del poder centralizado que desembocó en el Segundo Período Intermedio y, el segundo, fue el precursor de la gran división religiosa que a punto estuvo de sumir a Egipto en un nuevo período oscuro de la historia.
Aunque no todo es tan simple como aquí se relata, parece que tras la gloria, sigue la explotación relajada de las conquistas y culmina, finalmente, en la debilidad y la decadencia. ¿Casualidad o consecuencia?
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